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domingo, 22 de julio de 2012

El pesimismo impera habitualmente, y poco a poco, se va apoderando de cualquier deseo o esperanza que se me pueda ocurrir. Y no sin razón. Nunca he visto tanta maldad como la que corre últimamente por las calles, a su libre albedrío. No se si es por la ignorancia del niño que no me hacía darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor, o porque realmente es así, y cada vez vamos a más en lo que a desastres humanos se refiere. Será mala suerte que en la cúpula, en lo alto de la piramide social, gobiernen los más malos. O será parte de la naturaleza del hombre, que cuanto más alto nos permiten volar, más pequeños vemos al resto de las personas que están por debajo. 
El mundo tiene un orden cada vez más simple cuanto más subimos. Si alguien protege algo es porque le importa, y por eso los jefes protegen su puesto. Por eso los obreros protegemos a nuestra familia, a nuestras pocas pertenencias, y a la dignidad que nos hace ser quienes somos. Por eso el soldado defiende su patria y por eso yo no pienso defenderla. Y supongo que por eso la policía defiende al... ¿ciudadano? ¿ley? ¿poder?. No se que malditas razones tendrá la policía. 
El caso es que la fuerza con la que los grandes defienden sus grandes cosas, aplasta como un mazo a los pequeños. Y cuando son los pequeños los que defienden sus pequeñas cosas, se tambalean los cimientos de los grandes. Y es que las casas se construyen desde abajo, pero desde el tejado se ve mejor. El mundo está construido como una casa con muchos más ladrillos que tejas. A mi me gustan las torres, sin tejado, y con todos los ladrillos iguales desde el suelo hasta el cielo.
No me apetece hablar de conspiraciones, del hipotético ataque terrorista de las olimpiadas de Londres, de organizaciones secretas o del filtro informativo. Hablo en un nivel humano, en lo que nos hace personas, o mamíferos inteligentes al menos. De ese pequeño concepto de bien o mal que veo tan torcido últimamente.