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martes, 19 de mayo de 2020

Sobre la bandera

Algunos símbolos son sobredimensionados. Al margen del uso natural para el que fueron diseñados, adquieren un valor social e ideológico que incluye un amplio espectro de usos razonables y/o desorbitados ya tengan un carácter irónico, sentimental, humorístico, concienciador, político, etc. Refiriéndome a este último, el panorama político desde principios del siglo XX ha sido la sopa primigenia de la creación simbológica que se ha ido reinterpretando cada pocos años. Por eso hemos visto la cruz gamada, antiguo pictograma hindú, en los estandartes militares de la Alemania de Hitler, o las cruces célticas en las camisetas de los grupos fascistas de las Bases Autónomas. También se han inventado nuevos símbolos de corrientes de pensamiento que llevaban tiempo existiendo sin unidad, y que ahora se identifican con él. Por ejemplo, algo tan sencillo como una "A" ha sido rodeada por un círculo y dibujado mil veces para identificar al anarquismo.

Pero actualmente, lo primero que se hace cuando se presenta un nuevo producto es emparejarlo con un símbolo que demuestre la afinidad de aquel que decida usarlo. Es una norma básica de marketing; es más fácil vender algo que se puede resumir en una idea sencilla. Como occidentales, si vemos una esvástica no nos plantearíamos que la persona que la luzca sea asceta hindú. Directamente buscaremos otras características que nos confirmen nuestras sospechas de que la persona que la luce es un neonazi. Pero hay otros símbolos que no nos lo dejan tan claro, quedando a la interpretación de terceros el tramo de intensidad que se identifique, o incluso el motivo que hay detrás.

La bandera de un país es algo más que un símbolo representativo de la totalidad de dicho país. Las banderas cubana o mexicana son símbolos libertarios, al ser acuñadas en las guerra independentistas que ganaron frente a las banderas de los países colonialistas. O la bandera francesa, que fue ondeada en la toma de La Bastilla como símbolo revolucionario. En España pasa algo diferente, acorde a la personalidad caricaturesca que tanto nos define. En 1785 Carlos III elige la rojigualda como emblema nacional. Las banderas tenían un uso generalizado de identificación militar y marítima y en aquella época, la mayoría de las banderas que portaban los buques tenían áreas blancas muy grandes que llevaban a la confusión en alta mar. El rojo y el amarillo, llamativo y diferenciador a largas distancias, evitaría el problema. Aunque el escudo sufrió varias modificaciones, no fue hasta la segunda república, en 1931, cuando se sustituyó la franja inferior que repetía el rojo por el color morado, insignia de Castilla. Se pensaba que al añadir una región tan representativa de España se representaría mejor la armonía del país. Esta época fue todo un crisol de simbología y colores políticos. No solo se usaban los símbolos importados de otros países, como la hoz y el martillo soviéticos, si no que se rescataban otros del pasado, como el yugo y las flechas, emblema de los reyes católicos que heredó La Falange, en un ejercicio de poética imperial. Este último caso me parece muy descriptivo, al rescatar un símbolo perteneciente a un momento histórico idealizado por el partido y utilizarlo contra el presente, en este caso, el gobierno de la segunda República. La lectura romántica de los libros de historia a veces hace que nos entreguemos a este tipo de cosas, por no hablar de la falta de humildad comparativa. 

Por supuesto, el cambio realizado por la segunda República hace imposible que no unamos la tricolor con la ruptura con las viejas monarquías y una etapa más progresista, a pesar de que fuera una democracia qué incluía, (como su condición de democracia lo define) partidos monárquicos y conservadores como el CEDA. El levantamiento del 18 de Julio de 1936 no podía utilizar el símbolo del mismo gobierno contra el que se sublevaba, e izó, (sorpresa) la bandera que la propia República había dado de baja. La guerra civil polarizó el asunto y al final, y sintetizando mucho, fue un combate de lo viejo contra lo nuevo, la rojigualda contra la tricolor

Las heridas no se curan con el tiempo. Es necesario cuidar y mimar al herido. España no solo no ha sido reconstituida, si no que se la ha pateado y maltratado por una herencia que oscurece a una democracia que, aun siendo relativamente nueva, está corrompida como si llevase más de 100 años. Y al frente de ella, la vieja bandera pero con otro escudo. No voy a entrar en una discusión típica de si es necesario cambiar o no el símbolo, me parece absurdo. Creo que han pasado los años suficientes para que podamos sentir que nuestra bandera es democrática, pero la emancipación ideológica no ha llegado aun. 

- El 28 de Junio del 2019, el grupo ultra España 2000, despliega una rojigualda en el balcón del ayuntamiento de Valencia con la frase "orgullo hetero" escrita sobre ella. 

- El grupo ultra católico y de extrema derecha Hazteoir convoca una manifestación en la que se llaman asesinas a las mujeres que abortan y desviados (por ser suave) a los trans y gays. La manifestación está llena de banderas de España y la propia asociación la utiliza. 

- La unidad de partidos de derechas (hasta la más radical) se une en Colón con banderas de España en contra del gobierno del PSOE. Parece que está reservada exclusivamente para partidos de derechas.

- En un partido de fútbol los ultras racistas de los equipos usan simbología fascista con variaciones de la bandera de España. 

- Durante la exhumación del dictador Franco varias personas protestaron frente al Valle de los Caídos con banderas preconstitucionales (como las llamaron los medios de comunicación) y banderas de España actuales, sin el característico águila franquista (otra herencia simbólica de la España Imperial). 

- Con la crisis sanitaria del coronavirus, el barrio de Salamanca, de renta muy alta y media de edad envejecida, sale a protestar contra Pedro Sánchez con banderas de España. También se han visto estampas dignas de película de Berlanga, como los golpes al mobiliario público con palos de golf y el hombre gritando desde un coche con chófer en Santander. El esperpento.

De este último comportamiento deduzco que, cuando uno de los habitantes de la calle Núñez de Balboa de Madrid se calza una bandera de falda o de capa en una manifestación contra la gestión de la crisis, podría estar reivindicando a la nación por encima del propio gestor. Pero también invita a pensar que el gobierno es contrario a la nación, o ir más allá: la minoría de las personas que se levantan contra el gobierno toman su visión de la nación (recordemos: rentas altas, empresarios y jubilados holgados) contra la coalición socialista qué ganó las últimas elecciones. E incluso, que la bandera es simplemente una provocación porque dan por hecho que las personas de ideología izquierdista son contrarias a la bandera, dando por hecho entonces que también son contrarias a España como tal. Desde el primer planteamiento hasta el último, la total auto adjudicación de un emblema que debería llamar a la unión nacional es presente. Se dejan a más de la mitad de un país fuera.

El uso de la bandera con fines nacionalistas también está bastante extendido y mezclado con las anteriores propuestas. Si puedo puedo ver lógico utilizar un símbolo nacional para reivindicar a la nación en sí, no entro a hablar de estos temas porque empieza otro terreno. Pienso que los nacionalismos son completamente negativos a un estado social y pacífico. 

Resumiendo, la bandera de España suele ser utilizada por conservadores, homófobos, transfobos, franquistas, fascistas, católicos radicales, viejos ricos, nacionalistas y racistas para representar su posición política. La adjudicación del símbolo a las corrientes más rancias y conservadoras no la crean las personas que no utilizan el símbolo, si no las que sí lo hacen, eligiendo donde y como usarlo. No utilizarlo durante el día a día es simplemente no darle un uso personal, más allá del representativo, al igual que un deportista en las olimpiadas o la policía nacional o cualquier otro servicio del estado va a darle ese uso profesional e identificativo. Por supuesto, la libertad de utilizar los símbolos que uno quiera, siempre que no signifique una agresión, es completamente lícito y respetable. Pero el uso indiscriminado y repetido durante diferentes actos de una índole ideológica tan clara perjudica gravemente la salud de la objetividad.