Aquel que se pierde en un desierto tiene la esperanza de estar cerca del límite, incluso lo desea. Cuando hablamos de ideologías estar exactamente en medio parece ser lo apropiado. El centrismo, como sinónimo de correcto. Alguien que se encuentra en la punta del tejado, haciéndole compañía a la veleta, que no tiene miedo de caerse para ningún lado pero que inevitablemente lo acabará haciendo.
El antropocentrismo nos sitúa como el ser más importante. Fue una idea inicial de la cultura predominante, y que poco a poco ha ido abriéndose. Hemos pasado de decir que estamos creados a imagen y semejanza del único Dios posible a comprender que, lo que le importamos a un universo inconsciente de nuestra existencia, es igual que a cualquier otro planeta perdido en sus casi infinitos años luz. Ya no somos el centro de la galaxia, pero podemos ser el centro de más cosas. Poco a poco, los derechos fundamentales, sociales y humanos, nos parecen más atractivos que el eugenismo. Podemos pararnos a pensar en la ética, con la ayuda de las leyes mercantiles que ya incluyen a los diferentes como clientes potenciales. Si no somos mejores que nuestro vecino y nuestro color de piel no define nada, ¿Cómo desarrollar esta naturaleza antropocentrista que nos es tan asociada?
Parece que este discurso se construye desde un momento en el que la procedencia, la inclinación sexual, el género o la clase ya no son elementos definitorios. Nada más lejos de la verdad, pero cómo hombre occidental, veo que el lugar que nos ocupa ya no es tanto pelearse por estos rasgos distintivos si no por parecer el más rápido en aceptarlos. El antropocentrismo es desde el individuo hacia el resto de iguales.
Aquel que sin ni siquiera plantearse su corriente de pensamiento se sitúa a si mismo en perfecto y correcto centro, describiendo como radical a sus dos lados colindantes, está haciendo un ejercicio de antropocentrismo ideológico. Primero, la maldita manía de definirse, nombrarse, etiquetarse y etiquetar al resto con los conceptos que nos pillan más a mano. Segundo, cuando ya tenemos todo clasificado, trazar una línea recta e ir colocándolas todas. Y en ese punto a salvo, si riesgo de parecer nada, colocar al etiquetador. Ni la propia justicia entiende de axiomas, todos somos susceptibles al juicio. Puede ser un comportamiento lógico: conceptuar, crear palabras, nombrar cosas y conceptos abstractos es lo que ha permitido que comunicáramos sobre ellos. Es posible que hayamos sobreconceptualizado hasta el punto de unir con términos simplones el entorno que nos rodea, o de nombrar antes que definir. Pero, ¿no seremos nosotros mismos los auto juzgados?
Hay tantos centros como personas que se identifican con ellos. La mitad es tan laxa que ocupa el total. Los lados se siguen manteniendo de la misma longitud para la persona que los define, pero si realizamos una media veremos que las lindes se mueven sin cesar. Tomarse tiempo para hacer juicios de una percepción irreal es tan absurdo como creer que el oasis está tras la siguiente duna. Pero somos humanos y tenemos esta manía de medir y comparar. ¡Qué le vamos a hacer!
El problema viene cuando las comparaciones llegan a una conclusión de negar lo comparado. Es decir, despreciar el resto de variantes en vez de aceptar su existencia. De repente la persona de centro se convierte en radical. Se ha caído del tejado donde nunca ha estado. Aquí llega la lucha de poder, conservar o ganar un trono entre las tejas. También el miedo a descubrir que en efecto, no estás en el centro. ¿Y que hacemos? Mover el centro hacia donde nos encontramos. Ahora la mitad del tejado está en un canalón, o en el suelo, y las mitades se desplazan.
Con el bipartidismo, las dos mitades eran los dos partidos que competían. Con la llegada de los nuevos partidos, somos fachas y rojos. Siempre dos mitades; y el de centro, por encima de ellas. Y por eso, cuando veo por la tele a tres representantes de partidos a la vez diciendo que son centro, y a otros tantos diciendo que no son radicales, yo solo me pregunto en que punto de mi línea ideológica de etiquetas se encuentra cada uno, porque en la de ellos, así mismos, siempre se verán en el mismo lugar. Y es lo único en lo que estarán siempre de acuerdo.