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domingo, 22 de marzo de 2020

El valor de la dispersión como activo social.


La máquina no perdona. La herramienta y la pieza como unidad mínima de productividad en una cadena de montaje es traducida a seres humanos en cualquier sociedad que trate al individuo o al colectivo como una de estas unidades básicas. El fenotipo que puede presentar una persona respecto al sistema acorde es el del valor de la productividad por encima incluso de el de su salud. Un estándar repetido en gran cantidad de ocasiones. La máquina utilizará sus propias herramientas para asegurarse la permanencia de éste, porque en ello basa su subsistencia. Un núcleo familiar tradicional presenta este fenotipo multiplicado por tres: pareja e hijos. El círculo que generan los lazos no solo sentimentales si no sistemáticos obligan al individuo, parte de este círculo, a seguir alimentando la cadena. Los tiempos pueden cambiar pero las sociedades actúan de la misma forma bajo el yugo de casi cualquier estado político o cualquier época histórica. Muchas herramientas de las que el sistema hace uso son puramente emocionales. Construye un personaje con una serie de valores imposibles de conseguir y hace creer que es el estándar. Ahora, es el individuo el que quiere llegar a conseguir el objetivo que le ha sido propuesto, cayendo en diferentes trampas por el camino y volviéndose no solo esclavo del camino qué le ha sido propuesto (obligado) a recorrer, sino de sus propias emociones. La frustración, la envidia, la tristeza o el odio privan al individuo de la libertad necesaria para tomar decisiones fuera del camino. Una educación completa no es suficiente si las emociones provocadas por la lejanía de la meta impuesta no permiten percibir todas las opciones, y la frustración asociada a no ser el fin que el sistema plantéa, nos causará insatisfacción permanente. En conclusión, no seremos libres hasta que no podamos reconocer la amplitud del abanico emocional.

Una de estas metas es la contradicción del resto de emociones: la felicidad. Ésta palabra se convierte en peligrosa si nos referimos a ella como fin. Un individuo no puede ser feliz en un futuro, si no que se referirá a la felicidad en términos presentes o pasados. Es decir, querer se feliz es lo que seguramente impedirá serlo. Pero hay miles de metas: tener pareja, pagar la hipoteca, un buen coche, progresar en la empresa, ganar más dinero… y todas ellas nos plantean el camino de la productividad individual. Este es el aceite que engrasa la máquina. La productividad está directamente asociada con el triunfo que el individuo ansía conseguir, y por lo tanto ser más productivos indica que estaremos más cerca de ello. La máquina funciona a la perfección aunque sus piezas se gasten rápidamente. Por supuesto, al hablar de piezas no se tiene en cuenta que cada una de estas tiene una conciencia y está viva. El sistema luego crea servicios que cuidan y entretienen al individuo. ¿Por que se arregla lo que se alenta a estropear? La generación de ocio y cuidados también pone en funcionamiento el paradigma de la productividad. 

Hemos llegado a un vértice en el que incluso el entretenimiento y el descanso están planteados como algo productivo. Hay individuos que tienen que decidir descansar. La salud pasa a un segundo plano y en el marco emocional, no se ven merecedores de estar sanos, de disfrutar, o incluso de no hacer absolutamente nada. Unos segundos de inactividad es un paso hacia atrás en el camino para alcanzar el premio de su propia realización y entonces, llega el arrepentimiento y la culpa que les expone un poco más y les hace más vulnerables a las herramientas utilizadas por el sistema para que sigan produciendo. 

Creo interesante ver la dispersión mental como un elemento sanador en cualquier actividad. Obviamente, esto es completamente opuesto al valor de productividad pero, el sueño de ser más, como decía, es lo que nos enferma socialmente. Y es que cuando un grupo de individuos tiene un comportamiento similar al descrito anteriormente, nace la competitividad como elemento social, y no es un elemento unificador si no todo lo contrario. Una característica proclamada por el sistema como positiva, porque la competencia nos hace más productivos y otra vuelta de tuerca: más cerca del objetivo inalcanzable. Pero la competitividad nunca será positiva si rompe la misma base que define una sociedad: la cooperación entre todas sus partes. Dos individuos que luchan por estar más cerca de sus cenit imaginario no pueden cooperar, sino luchar. De esta forma creamos sociedades enfermas de envidias, miedos y engaños, con pequeñas muestras de solidaridad que dan un respiro, aun estando contenidas en todo el engranaje descrito. 

La frase más antisistema que escuché desde hace mucho es: quiero ser una persona mediocre. La palabra mediocre, que es utilizada normalmente de modo peyorativo, adquiere aquí un sentido liberador al expresar el deseo de no formar parte de ese sueño de la excelencia y la productividad. El mensaje directo que llega a nuestras mentes es el contrario: las personas mediocres fracasan, pero fracaso no es una definición libre sino instaurada. El fracaso puede tener diferentes grados y no todos ellos vienen acompañados de una visión negativa. El ensimismamiento o la contemplación son un fracaso productivamente hablando que seguramente suma salud, simplemente por el hecho de tomar un descanso. Si optamos por hablar con las definiciones acuñadas genéricamente, el fracaso sería no ser competitivo, ergo, la lucha es un triunfo. Pero en la lucha solo puede ganar una parte, la otra fracasa. El conflicto moral es que, si quien no lucha fracasa y quien lucha y pierde fracasa, se reduce en número de ganadores y se incrementa el número de perdedores que luego desarrollarán las carencias emocionales que les hacen enfermar. 

La pausa, el espacio en blanco, la dispersión, son herramientas que nos hacen menos productivos y mucho más felices.


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