Páginas

domingo, 15 de enero de 2012

El Bosque Umbrío

Y la niebla es cada vez más densa, tanto que hace ruido, y puedo oírlo. Es suave, ligero, con muy poco volumen. No hay luces que iluminen, que traspasen el cada vez más tupido velo que ofrecen las nubes al bajar. No hay ningún camino marcado excepto los rastros que dejaban los animales al pasar, mucho antes que yo por este mismo lugar. Las jaras no manchan con su conocido pegamento, pero el rocío que fluye por sus hojas es suficiente para mojarme. ¿Qué puede pasar ahora? Nada. Nada excepto la niebla, la silueta de un árbol que se acerca, o el canto de un búho muy lejano, haciendo de instrumento solista en la caída del sol. 
Inminente. Es el adjetivo que mejor define a la oscuridad en esta situación. Tonos oscuros, verdes y marrones, nada de azul en el cielo, ningún rojo tiñe las nubes, ningún morado anuncia el fin del día. Gris, es de lo que estoy rodeado, y de esa sensación a humedad. Se respira muy bien.
El musgo hace que andar sea mucho más cómodo. Arboles secos, muertos, no se ven como algo triste. Recubre el liquen sus extremidades caducas, el cadáver de lo que estuvo vivo. Pertenecía al bosque en vida, y sigue siendo parte de él en muerte. 
Primer escalofrío, primer síntoma de que la noche se acerca. El camino sigue sin aparecer, pero se dónde está. No quiero seguirlo, quiero ver el lugar donde se despierta el búho que lleva un rato sonando. El canto se pierde entre la espesura, acompaña a la umbría. Umbría. Esa es la palabra.
No quiero ver otra cosa, no quiero oír otra cosa, no quiero pensar en otra cosa. Es el bosque y yo. Es todo lo que tiene, lo que posee. Soy parte de él en este momento. No quiero salir hasta que el frío me empuje a hacerlo. No soy más que un visitante, en el bosque umbrío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario