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miércoles, 9 de octubre de 2013

El muro

Llegó ante el  muro. No sabía cuanto había andado, ya había perdido la cuenta. Por cuantos parajes había pasado y cuantos terrenos diferentes conocían sus roídos zapatos. Por fin, después de tanto tiempo, había llegado a ese lugar. Interminable pared de piedra que llegaba hasta donde su consciencia quisiera que llegase. No había puertas, ni ventanas, ni tramos más bajos por donde saltar, y de nada servía andar hacia alguno de sus extremos, no iba a encontrar forma de sortearlo.

Había llegado hasta aquí para esto? Para no poder seguir? Para no poder continuar ese camino que tanto le había costado crear con sus propias huellas? Un poco desesperado retrocedió sin dejar de mirarlo fijamente. Se rasco la cabeza, dio vueltas, lloró y echo las manos al cielo esperando a que algún dios le diera la solución. No encontró respuesta de nadie. Sintió miedo, desesperación e ira. Odió al constructor del muro. Acabo dormido, con la espalda en la hierba mojada.

Soñó, y se vio a si mismo construyendo ese muro, piedra sobre piedra durante todas las edades de su vida. En cada piedra tallaba el epitafio de una existencia inacabada. Entonces sintió odio hacia si mismo. Se dio miedo, se desesperó. Perdió la confianza que le había hecho llegar hasta ese lugar pues era falsa y se apoyaba en columnas de cartón, mucho más débiles que aquel muro de piedra. Fue entonces cuando el viento sopló un poco más fuerte transportando una risa desde el otro lado que, como un canto de ballena, se oía a kilómetros de distancia con toda su pureza. Lo aceptó. Aceptó quien había levantado el muro y sobre que estaba construido.

Un caracol le despertó mientras exploraba su frente. Abrió los ojos y se incorporó. El sol le dio en la cara. Amanecía por el Este, el lado del muro, ya no estaba.

 

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