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viernes, 1 de febrero de 2013

Arrugas y barba blanca

Llegué a mi casa justo cuando mi padre sacaba el coche de su sitio. - Venga, cógelo tu, ya pongo yo la gasolina- me dijo mientras me bajaba de la bicicleta  Le hice una señal de asentimiento con la mano y fui a buscar mi juego de llaves. Hablamos en el trayecto, de cosas mías, personales, que no suele hablar con mi padre casi nunca excepto cuando voy de copiloto, aunque esta vez ocupase él este asiento. Yo no sabía donde íbamos, solo conducía siguiendo sus indicaciones y concentrando la vista en la carretera. El sol del atardecer era peleón.
En 15 minutos llegamos a una casa. Aparcamos y mi padre gritó el nombre de su propietario a modo de timbre, Jaime, creo. Al momento apareció un hombre de unos ochenta años. Era bajo, encorbado y andaba muy despacio, cojeando. Se acercó lentamente a la puerta del patio donde aguardábamos nosotros, junto con una gran perra mestiza, vieja y gorda, y un perro pequeño y peludo que no paraba de ladrar. Mientras yo ponía la mano cerca del morro de la perra para que me oliera, el anciano empezó a hablar. Protestaba porque no podía encender la caldera. Su voz no era propia de una persona de su edad, era dulce y musical, y con un característico acento del norte. Entre frase y frase, tosía, como si padeciese una enfermedad. Lo siguiente que dijo fue sobre la causa de su tos. - Aunque la operación haya salido bien, esto ya no tiene remedio. No hay pastillas que curen esto, me pueden suavizar, pero los bronquios no se curan ya- Me llamaba muchísimo la atención la palabra suelta y ágil con la que se expresaba, sin pensarselo. Sin abrirnos la puerta, se sentó en el borde de un escalón que le daba la altura perfecta. La perra gorda se tumbo contra la puerta y el perro pequeño y peludo se fue a hacer agujeros por el jardín.

Las arrugas de aquel hombre contaban historias por si solas, y una barba blanca de marinero las complementaban. Tenía vida en sus ojos, aunque su discurso auguraba un final próximo. - Me están buscando casa en el sur de España - decía, - Si llego -. Mi padre, acordándose de una de las cosas que le había contado en el viaje le respondió - Tu te vas al Sur, y mi hijo se va al Norte, a tu tierra -. Fue cuando el hombre se fijó más detenidamente en mi. -Asturias- dijo -Asturias, el sitio más pobre de España. Ahora esta todo mal, pero Asturias está peor. En Asturias todos somos rojos, y mi hermano teniente de la Guardia Civil... y mi padre fue el General, de toda Asturias. En el colegio yo oía como hablaban a mis espaldas y decían "este es el hijo del cabrón del General", pero, cuando murió, a la aldea de 5 familias en la que vivíamos vinieron 200 personas al funeral... y todos rojos, porque era honesto, y la gente lo sabía. Asturias es roja y obrera. No pueden hacer nada allí los hijos de puta del gobierno de ahora. Mi madre...- se paró un poco, me miró y sonrió - Mi madre era una mujer muy inteligente...-
 Me da rabia cuando escribo esto porque solo puedo recordar el mensaje principal, pero puedo asegurar que su discurso, exceptuando de algún insulto a algún político, era ameno y estaba muy bien formado y expresado, sin titubear. Me gustaría mostrarlo tal cual lo dijo - Allí nos criaban odiando al gobierno, daba igual que fuese, lo odiábamos.- Continuaba - Yo no soy patriota, la patria es un invento y al final, que es la patria sin las personas que viven en ella -.

El anciano se pso de pie y se apoyó en una de las barras de hierro que formaban la puerta. El perro pequeño y peludo apareció con un cojín mohoso en la boca, y la gran perra mestiza seguía tumbada, sin moverse. Entonces me percaté en la figura del gato, que sin haberse movido un momento, estaba tumbado con la figuro típica de una esfinge a pocos metros del anciano. Miraba y escuchaba lo que él decía. Había muchas ganas de vivir en aquel hombre, y sin embargo, ningún miedo a la muerte.
Poco a poco, fue terminando el monologo con algunas intervenciones mías y de mi padre, a las preguntas o los vacíos concretos que ofrecía. Pronto, me ofreció ayuda. Me dijo que el próximo día que viniera me daría las direcciones de su familia, que estaba toda allí. - Cangas de Narcea,  Nieres, Santa Eulalia, Llanes, Avilés...- ¡Avilés! - Dije yo - Esa es la zona en la que busco. Él respondió. - Allí tengo al mejor soldador que vas a encontrar nunca-

Cada vez hacía más frío y al final nos despedimos. El gato se levantó, se estiró y bostezó, como sabiendo que ya llegaba el momento de recogerse. El anciano le acarició la cabeza y dijo - Este lo ha escuchado todo, es muy listo y, no solo le tengo educado, ¡además le he hecho comunista!-

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