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martes, 19 de febrero de 2013

La anciana de la sonrisa

Hacía mucho que no subía a Madrid capital. El precio de la gasolina y del transporte público son los culpables. Me tomaba un café con una buena amiga mientras esperaba a unos clientes. Hablábamos de nuestras vidas cuando entró una anciana. Iba con un bastón y vestía como alguien que tiene frío y dinero de sobra para comprarse un abrigo tan caro, por suerte, no era de piel. Interrumpió nuestra conversación con una enorme sonrisa y unas palabras bajas, sin esfuerzo por entonarlas bien y de las que pude oir algo parecido a "...el viaje...". Los dos le miramos extrañados, y después entre nosotros sin cambiar la cara. La abuela volvió a hablar, esta vez dijo algo precido a "...da igual... no pasa nada...". Después se sentó en la mesa más cercana a la nuestra y esperó con el bastón a un lado y sin quitarse el abrigo. Pasó el tiempo, su rostro caía, y, aprovechando que el camarero nos traía la cuenta le dije: -Perdona, esta señora lleva unos veinte minutos esperando a que la atiendan.- No te preocupes, esta todo controlado- Respondió él. Quedé conforme y cuando nos hallábamos fuera de su vista, el camarero nos alcanzó. - Ésta señora viene todos los días, unas 5 o 6 veces al día. Tiene alzheimer, y los dos primeros cafes se los suelo regalar pero, después el encargado puede echarme la bronca-.

Una pequeña anécdota en un día lluvioso como el de hoy. La consciencia juega malas pasadas. Cada café sería como el primero, como cada día, y cada vez que entraba. El miedo al tiempo no es por morir, si no a debilitarse tanto que la consciencia llegue al invierno en el que dejemos de sentir calor y, necesitemos ese gran abrigo. Pero muchas veces el abrigo no es suficiente y la muerte solo es un paso.

Si la enfermedad la representaba aquella sonrisa infantil que portaba la anciana, desde luego, es la enfermedad más irónica que he visto nunca.

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