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martes, 2 de abril de 2013

Añoranza

Fue fugaz. Una vida que solo tiene en pequeños capítulos de memoria con ráfagas de alegría espontánea y tristeza profunda cuando vuelve a la realidad. Al menos, el positivismo innato que tiene por el futuro hace que sean los pequeños detalles de la vida los que le devuelven a esa felicidad que se basa en el olvido del presente y a la añoranza del recuerdo. No tiene normas, tampoco ideas, solo ve como llueve sabiendo que saldrá el sol, pero sin mirar hacia el cielo para comprobar la densidad de las nubes. –Está lloviendo mucho  –se dice–. La primavera se retrasa este año. El niño duerme dentro de él, pero tiene miedo por si no se despierta aunque nunca sucumba en la perdida de la esperanza, es lo último que se pierde antes que la vida. De momento, la escritura significan unos minutos de descanso para que el cráneo se enfríe de un día entero de susposiciones envenenadas y absurdos complejos. Llega el momento de la autocompasión y de una empatía forzada que se sale de los gráficos humanos. Cuando el egoismo es la cura se pierde la confianza en el hombre aunque se gane en uno mismo. Y por una vez, que le jodan al bien común, que le jodan al mundo y a sus gentes, apartense todos, llega el remordimiento, los celos, la ansiedad, de los peores sentimientos que pueden existir, mucho más poderosos que cualquier justicia social.
Vive como un tullido que recuerda sus piernas en vez de correr ahora que las tiene, y puede hacerlo.
–Esta lloviendo mucho –vuelve a decir–. La primavera será tan florida...

 

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