Y si el mundo cambia, yo quiero cambiar con él. Tengo que dejan de pensar en cambiar el mundo, y por supuesto, no dejaré que el mundo me cambie a mi. Adaptación, desde siempre, ha sido el truco de las todas especies vivas para seguir estándolo. Los sabrosos frutos del Nopal desarrollaron pinchos para que los pájaros no se los comieran. Y los pájaros solo tardaron unos pocos miles de años en desarrollar picos más largos para esquivar las espinas, y garras más duras para no hacerse daño cuando se posaban sobre sus hojas carnosas.
Ahora veo que mi celebro necesita adaptarse a un planeta que no puedo sanar yo solo, y que es la única opción que me queda a parte de la auto destrucción. Dejar de pensar en la enfermedad del mundo para no enfermar yo. Necesito ver la paz que aun habita en lo alto de las montañas. Respirar el aire gélido y sentir como los pulmones se enfrían dentro del pecho. La vida que acompaña a un paseo por el bosque. Ese silencio ruidoso de pájaros peleándose por un sitio donde dormir, e insectos revoloteando a mi alrededor. Despertar una mañana temprano y ver la humedad de la que son testigos las briznas de hierba, en forma de gotas de rocio. El olor que desprenden todos los frutales, todas las verduras de una huerta en verano, cuando el sol ya se ha metido pero aun conserva una tenue luz. Cuando el cielo cambia poco a poco de color a medida que pierde intensidad y notas la tranquilidad, la paz.
Y a esto es a lo que llamo adaptación. No voy a acostumbrarme a los interminables atascos, solo lo sustituiré por un remojón de pies en un riachuelo. Cambiar la palabra crisis por crisálida. Economía por ecosistema. Política por polen, aunque me de alergia, es menos que la que me dan los políticos.
Y así, poco a poco, espero tornar la vida de la que solo yo tengo las riendas, y convertir una lucha en un sueño. Me seguirán afectando las injusticias sociales y las falsas esperanzas que nos venden los medios, pero, sabré que la solución no llorar, si no apagar la tele y darle un abrazo a mi perra.