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lunes, 5 de septiembre de 2011

El autobús, el helado y la farlopa

20:56. Sentado en el intercambiador de Principe Pio escucho Kaophonic Tribu. Me encanta esta música tan tribal, me relaja, me hace olvidarme del trabajo y me prepara para descansar. Espero a que sean las 21:00 para meterme en el autobús. Un hombre se acerca a la puerta. Su chandal ancho entremetiendo un polo de un verde apagado, y una bolsa de deporte sucia y rota conjuntan muy bien con su manera nerviosa de andar, con la espalda chata y la cabeza adelantando a sus pies. Se mete en la dársena, y sale a los segundos, poniendose a al cola. Entramos en el autobus. Elijo para sentarme el asiento en el que siempre voy. No se porque siempre intento coger el mismo sitio. La penúltima butaca a la izquierda, esas que están algo más levantadas que el resto. El señor del polo verde se sienta en la última fila de asientos, a la derecha. Si doblo un poco la cabeza, puedo ver que hace pero, ¿porque iba a hacerlo?. Fuera de la dársena, otro hombre de la misma edad que el del polo (entre cuarenta y cincuenta años) se acerca a la puerta del autobus. Lleva dos bolsas del Lidel, un pantalon corto que entremete, al igual que el otro, un polo, pero esta vez de color rojo. Se sienta un asiento por delante mía, a la derecha. Le veo al darse la vuelta para sentarse. ¡Tiene un jodido río de sangre seca saliéndole de la oreja y escurriendo por parte de la cara y el cuello!

Cuando el autobús se pone en marcha, el hombre rojo saca un helado de la bolsa del Lidel. Bombón blanco. No hemos salido del túnel cuando ya se lo ha terminado. Oigo chasquear un mechero. Miro hacia atrás. El hombre del polo verde tiene un rollo de papel plata en la boca. Con la misma mano, sostiene otro trozo de papel plata en forma de lámina. Con un mechero lo calienta, absorbiendo por el tubito. Joder, ¿que puta droga se estará metiendo?. El hombre del polo rojo acaba de abrir su segundo bombón blanco, que devora con la misma velocidad que el primero.

El hombre verde busca en la lamina de papel plata los últimos sorbos de lo que fuera que se estuviera metiendo. Cuando encuentra uno, repite la operación. Cuando termina con todos, dobla el papel, saca una pitillera y lo guarda junto con el típico pico envuelto en papel transparente. No sabía que la farlopa se pudiera tomar así. Entonces saca un periódico y se pone a leer. A la vez, el hombre rojo se saca una radio antigua con el altavoz roto, se la pega a la oreja y se cubre la cabeza con la cortina, quedándose quieto todo el viaje.

Cuando me bajo del autobús, el hombre rojo sigue igual, mientras que el verde conversa no se de que con un chaval de unos 13 años.

Simplemente me ha parecido un viaje curioso.

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