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jueves, 20 de octubre de 2011

Alegoría de la existencia


Un día te sientas en una silla y piensas. Descanso en una silla, me puedo apoyar en una mesa sobre la cual seguramente habrá un plato de comida que alguien que no eres tu te ha preparado. Tienes los ojos sobre un gran mueble con un agujero perfecto para un televisor. Sobre él, en otra balda, varios libros, algunos completan enciclopedias de varios tomos, otros acabas de percatarte sobre su existencia. También se encuentran figuras inservibles, recuerdo de todas las vacaciones que has tenido a lo largo de tu vida, y algunos otros objetos sin sentido pero que le dan vida a la madera marrón y oscura. 
Empieza a nevar, bajo el techo que habitas, dentro de tu casa. La oscuridad de la madera torna a blanco con los primeros cúmulos de nieve. El plato lleno y caliente echa humo por el cambio de temperatura. Tiritas, rechinas los dientes. El agua del vaso se ha congelado, igual que el suelo. Es difícil moverse. 
Las "nubes" pasan y una radiante luz inunda la estancia. La nieve y el hielo se derriten y la estancia se inunda. De repente te encuentras bajo el agua. El azul poco a poco se va oscureciendo a medida que la profundidad se incrementa. La estantería con su televisor, sus libros y sus figuritas se hunden lentamente. La silla y la mesa ya han desaparecido en la oscuridad. No te paras a plantearte como puedes respirar, solo miras al plato de comida que flota con todo su contenido, y al vaso de agua que ahora ha perdido todo sentido. Te hundes despacio, junto a ellos. El degradado es como habías visto desde arriba. Una vez todo sea negro, no  habrá diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. Entonces no importará ver. No importarán la televisión, libros o figuritas. Solo el plato que buscas desesperádamente, pero que al pesar tu más que él se hunde más lentamente, y mientras te posas sobre el fondo de este repentino océano, pierdes la paciencia. Mirando hacia arriba solo puedes ver un punto de luz que indica la superficie lejana. El silencio supone más rapidez en tu desesperada búsqueda del alimento perdido. Qué será lo siguiente, o que harás tras comer son preguntas que no pasan por tu cabeza, pero que antes si, cuando te encontrabas en el salón de tu casa.
Podré comer hoy. Podré respirar. Seguiré vivo mañana. ¿Afirmo?

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