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viernes, 6 de mayo de 2011

Otra de tantas.

El angulo de visión cada vez se va haciendo más pequeño. Parece que los párpados se sostienen sobre arcos arbotantes o algún otro elemento arquitectónico para que no caigan definitivamente. Aun así, mi cuerpo está demasiado activo. El cigarro de liar que se sostiene por si solo entre mis labios lleva apagado mucho tiempo, y aun así, le doy una inapreciable calada de vez en cuando. Mientras las luces de las farolas se hacen más tenues y la pequeña llovizna que cae es más inapreciable, mi cabeza piensa a mil revoluciones por minuto. No se como he llegado a ese estado, o mejor dicho, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo porque estoy donde estoy, ni cuantos litros de alcohol tendrá mi sangre, pero noto como escuece en cada palpitación. Noto cuando llega al final de cada vena, de cada extremidad, y golpea contra las paredes. Me imagino como será dentro de una de ella, como una ola cuando choca contra un acantilado. La humedad es general, apenas distingo que parte de mi está fuera o dentro de la chaqueta. El frío se clava como si todos los pequeños pelos de mi cuerpo estuvieran congelados. En cambio dentro, todo sigue caliente, y mucho más rápido que normalmente. Como una película, muchas escenas, sin conexión entre ellas se me pasan por esos ojos que hay en el cerebro y lo ven como si fueran los tuyos. A unos 10 fotogramas por segundo, la pantalla de cine de mi cabeza es un reflejo de una mente algo cansada de emociones pasadas, que ha decidido olvidarlas, y que solo consigue revivirlas. Cada gota de agua que se estrella contra el cristal de la parada de autobús queda con una forma al azar y resbala poco a poco, cayendo y juntándose con sus compañeras formando un pequeño afluente. Así es como me siento yo ahora. He vivido sin pensar, he vivido arriesgandolo todo, he decidido caer en forma de lluvia, junto con una gota de agua a la que creía gemela, y cuanto más cerca del suelo estaba, más creía que iba a conseguir algo que siempre he buscado y nunca he sabido que es. No tuve en cuenta el cristal de una ventana en el que me quede pegado, y resbalé, fluí por un canalón y finalmente acabé en una alcantarilla. Lo bueno que tienen las gotas de agua, es que algún día se evaporan, y vuelve a llover. Con suerte, esa vez no lloverán sobre una ciudad, si no sobre un bosque, con abetos, de esos totalmente impenetrables, para que nadie moleste.

Sigo de pie, no se como. Me debe salir vapor de la nuca. Mi cabeza ha asimilado que el suelo está mojado y que no me puedo sentar en él. Tampoco yo estoy seco, si no todo lo contrario, estoy haciendo que millones de gotitas se estrellen contra mi. Voy a ponerme a cubierto.
No me gusta la frase "la de vueltas que da la vida". Siempre he creído que somos nosotros los que damos miles de vueltas al rededor de ella, y al rededor de muchas más vidas. Nos encontramos, nos chocamos, intentamos sacar lo mejor de ellas y desaparecemos del mundo. Me gustaría conocer tantas vidas y... no conozco siquiera ni la mía. Es demasiado amplio, pero, mientras esto pasa en la tierra, intentamos buscar más vida en otros planetas.

Otro parpadeo más y no podré abrir los ojos hasta dentro de horas. Con esa sensación de hacer todo de manera automática, sin saber como, cojo el bus que me deja en casa. Ahora tengo que preocuparme por no pasarme de parada, así que, deja de pensar. La calefacción está alta, esto deja que sienta por primera vez la gotas posadas sobre mi chaqueta. Me da un escalofrío.

Aguanta... aguanta... aguanta...

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